Fast Track espiritual II

Agarrá una birome, un papel. Escribís lindo vos. Poné de un lado la descripción de la mujer que querés ser. En general, y como compañera de vida. Antes, rezale a algo. Dios, Buda, Batman, tus abuelos, anything. Rezale y pedile que te inspire. Agarrá un espejo. Mirate. A los ojos, por cinco minutos. En silencio. Después decidí de-ci-dí sin-pen-sar si querés saber la verdad. Sin pensarlo cómo. Solamente decidí si querés saber la verdad. Sí o todavía no. Eso sólo. Sí o no. Tu verdad. La que no encontrás, la que no entendés. El ADN de tu alma. Si decidís que querés saberla en serio, apagá tu mente un segundo. Con música. Repitiendo mantras sagrados o inventados por un sobrino. Repitiendolós con la plena conciencia de que sabés que no sabés qué hacer, cómo hacer, qué decir, cómo amar, cómo no abandonarte nunca más. Conciencia de saberte limitada, desolada, todo eso que duele y aterra. Si no te sale, sabete cobarde y hacete el aguante: pedile que te haga valiente. Así, sin más nada que ocultarte ni reflexionar ni teorizar ni racionalizar. Con la bombacha baja. Las armas en el piso. Más voluble que una planta sola en medio de una tormenta: confiá. Esas plantas siempre viven. Con la simpleza de saberse siempre a salvo.

Y, si sos profundamente sincera -preguntar y responder con honestidad brutal (la que no usamos nunca, la que sólo conocemos si llegamos a experimentarla) (la que aparece cuando estás encerrada en el baño, sola, con el vapor de la ducha empañando tu miedo y tu duda), si te confesás a vos misma: funciona. Después te queda esperar. Y la ficha te va a caer encima cuando menos la esperes. Tal vez estés haciendo tu cama o guardando la ropa en el placard.


El paso 2 es otro capítulo. Todavía no lo escribí.